Y.
Así que partió al alba, con una muñeca en la mano –cuya decapitación, horas después, sería la primera de muchas– junto a otros seis niños que dejaban en silencio la aldea y la infancia. Ella no tenía el ceño fruncido ni en sus labios se dibujaba el rictus que yo habría supuesto. Llegó alta, […]