Envenénennos de valentía, de <<como nosotros perdonamos a los que nos ofenden>> y de amor. Si vamos a morir como nación, que sea como héroes y no como villanos.

 

No la conocemos. Ninguno puede jactarse de haberla mirado a los ojos. Con ella llevamos un repertorio de dolorosos desencuentros, suficientes para una comedia romántica –aunque esto ni de comedia, ni de romance tiene pinta todavía. Algunos la hemos inventado mentalmente y ha sido suficiente para enamorarnos irremediablemente de su idea. Otros le temen, quizás por desconocimiento o por el rencor resultado de sus incontables evasivas. Estamos por verle la cara por primera vez y lo que pase de aquí en adelante será irreversible. Si, en ánimo de hacernos los difíciles, le damos la espalda –una cachetadita por los años de desamor que nos trajo su ausencia– es probable que ella, frágil y orgullosa, nos abandone para siempre, o por lo menos por un buen tiempo hasta que sanen sus heridas y las nuestras. Por otro lado, si decidimos adentrarnos en el terreno desconocido y penumbroso de su existencia descubriremos sus imperfecciones, tendremos días malos, tal vez de a ratos lleguemos a odiarla y la lastimaremos torpemente con toda seguridad.

Si es cierto que un hombre se define por como ama, de consultar un diccionario, junto al gentilicio y los dos puntos, solo podría haber una palabra: miedo. Somos un país de miedosos. De eso no hay duda. Unos temen que no funcione, por eso desde ya, sin conocerla, le cerraron la puerta en las narices. Su imaginación apesadumbrada, doliente y rígida los arrastró al único paisaje conocido: la violencia. Estos mismos también temen que funcione, convencidos de que es mejor morir vacío y agonizante, pero con la razón asfixiada entre los brazos. Una multitud que exige a gritos que <<ellos>> pidan perdón, pero que sería incapaz de saborear aquella palabra. Otros, con el mismo temor, decidieron no cerrar la puerta, ni asistir al encuentro. En caso de que las cosas vayan mal levantarán las manos en el aire explicando su inocencia. En caso de que las cosas vayan bien predicarán fervorosos –como secta religiosa– el escepticismo. El grupo final –al que pertenezco– tememos perder la oportunidad de conocerla. Tememos ser condenados por los primeros y los segundos a este eterno loop de muerte y odio en el que se atascó nuestro reproductor. Tememos no tararear una nueva banda sonora.

Este último grupo está plagado de jóvenes que cargamos abolladuras y odios –la mayoría heredados– con el desapego del bagaje ajeno. Muchos solo llevan la valija a sus espaldas para no parecer demasiado ligeros –porque en este país da culpa no cargar con algún rencor. La cosa es que, a diferencia de los adultos, cuyo equipaje lleva tanto sobrecupo que hace tiempo desempacaron la esperanza, estos últimos estamos atiborrados de ella. No importa cuan frágil, insegura o torpe, cada pedazo que nos cruzamos en el camino, hemos almacenado. Al fin y al cabo, está casi extinta en esta, la tierra del olvido.

Los primeros –entre los que se encuentra un número enorme de familiares con los que he tenido acaloradas peleas en Navidad– preparan su condescendiente sermón sobre ignorancia e ingenuidad para empujarnos la cucharada de <<realidad-que-tanto-necesitamos>> por la garganta como si fuera emulsión de Scott; sin percatarse de la sobredosis que recibimos diariamente en los titulares, las calles y los noticieros, intoxicándonos casi hasta la muerte o, al menos, hasta la apatía –que es la muerte en vida.

A ellos –a ustedes que quizás me leen– imploro por el antídoto: una lección de vida, que de realidad ya tenemos suficiente. Envenénennos de valentía, de <<como nosotros perdonamos a los que nos ofenden>> y de amor. Si vamos a morir como nación, que sea como héroes y no como villanos. Enaltecidos en la lucha por construir un nuevo país y no resignados en la desdicha del que tenemos. Embriagados de ilusión y no entumecidos de miedo. De lo contrario, solo podremos ver a Esperanza en los museos y a Paz en las películas.

 


 

Breve epílogo:

Si usted no tiene claro de qué se trata el cese al fuego –que es lo más probable porque el documento tiene quince páginas casi ininteligibles– aquí hay un video imparcial, traducido por abogados, que lo explica. Si no lo gustó este, busque otro, pero busque.

 

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *