A veces me sorprendo atemorizada, mirando a un amigo a los ojos, descubriendo aquel moho verde que caracteriza a los apáticos.

 

Hoy decidí escribir. Tenía un manojo de historias revoloteando en mi cabeza desde hace unas semanas, pero la pluma está empolvada y las letras guardadas en un cajón hace ya un tiempo, así que estaba decidida a postergar la humillación. Y pensé que podía retrasarla eternamente. Pensé que a la que llamo saliva de mis dedos se había secado dejándolos yermos como árida venganza. Era un alivio, en realidad. Había esquivado la condena. Es una tarea más exigente no escribir que hacerlo cuando se está condenado. Disfrutaba de mi impunidad, desconociendo –tal vez deliberadamente– que mi juez estaba al acecho.

Hoy decidí escribir. Decidí escribir con un miedo que me abarrota los dedos. Miedo no a la crítica de mi puntuación, o de la falta de finura, de estilo o de ritmo en mi escritura. Miedo al juzgado. Miedo a usted señor lector que hará de testigo. Y aún así escribo porque esta vez no puedo callar. Porque es también por usted que me arrojo a la jaula de lobos y que cumplo el papel que se me ha encargado de chivo expiatorio.

– País de mierda.

Resuenan aún como una premonición de nuestro nefasto destino las palabras tatuadas en la memoria de los colombianos. País de mierda. Es nuestro Síndrome de Tourette cultural. País de mierda. Paraguay, tenés que sentirlo. Chile, sorprende siempre. Brasil, sensacional. Colombia, país de mierda. Vaya turismo.

Colombia, realismo mágico. Tal vez. Pero no estoy segura de que sea el de la dulce escritura –aunque crítica– de García Márquez, creo que más bien se parece al realismo mágico de las góticas y gélidas letras de Juan Rulfo, sí, el mexicano. Estamos atrapados en su Pedro Páramo. En el país de los muertos. No por las tumbas y los centenares de cadáveres que acumulamos en el patio, sino por nosotros, los zombies que transitamos las calles. Nosotros, los que morimos en la guerra por la causa más despiadada e insensata: por apatía.

Esa guerra mediática fue solo la cortina de humo que nos distrajo mientras se practicaba la lobotomía colectiva –como en aquella legendaria escena de La Naranja Mecánica. El verdadero campo de batalla es un paisaje desolador, Comala. Colombia. Un rincón habitado por vestigios de humanos. Allí, la batalla real pasó inadvertida y la indolencia se coló como una mansa brisa.

La batalla real no fue la de los libros de historia, la selva o La Habana. Fue la que perdimos cuando nos convencimos de que la corrupción, la pobreza y la falta de educación eran ley, una monarquía designada por Dios. Cuando nos dejó de importar que nuestros niños se murieran de hambre y nuestros perros de sed. Cuando dejamos de confiar en el vecino. Cuando comenzamos a esperar –y desear– que alguien se equivocara para poder señalarlo, y a sus adeptos, con burla sorda. Sobre todo la perdimos, cuando nos repetimos como mantra que el enemigo era el soldado, el guerrillero o el paramilitar. Cuando los despojamos de su humanidad, de su dignidad, los arrojamos al más impío abandono, al hambre y la desesperación, y luego, cuando empujados por su instinto de supervivencia ya convertidos en animales bajo nuestras órdenes, cometieron crímenes atroces, mientras nosotros, desde nuestro cómodo asiento en la arena del César, los abucheamos por no hacer lo correcto, por no dejar que el más feroz de los leones les arrancara la vida y les despedazara la existencia.

O mueres en los dientes del león, o mueres linchado por la eufórica audiencia. Nos aseguramos nuestro sanguinario espectáculo.

La apatía inundó como niebla espesa nuestra visión haciéndonos incapaces de verla, de reconocer sus síntomas o su sentencia de muerte. Está ahí, apoderada del cerebro de todos, incluso de aquellos a quienes amo y admiro. Está en todo el que sabe que hay esqueletos envueltos en piel vagando por las calles y, aún así, no hace nada. A veces me sorprendo atemorizada, mirando a un amigo a los ojos, descubriendo aquel moho verde que caracteriza a los apáticos.

– Señor, ¿sabía usted que en Colombia mueren niños de desnutrición?

– Sí

– ¿Y qué hace para cambiarlo?

– Eh…. Nada.

– Aquí está su diagnóstico, sufre usted de apatía.

– Pero… yo…

– Apáticos. Esquizofrénicos. ¡Hay todo tipo de enfermedades!

En los libros de conflictología –sí, unos cuantos desafortunados se dedican a estudiarla– hay dos definiciones de paz. La paz negativa, aquella definida como ausencia de guerra –ésa hecha de papel; y la paz positiva, una que trasciende la política, una cuestión social y cultural, es ella en la que reconozco al otro, sus necesidades, su dignidad, su humanidad. ¿Qué tipo de paz queremos los colombianos? ¿La “paz” de papel de Santos? ¿La “justicia” de plomo de Uribe? ¿O la nuestra, la que vence al tiempo y los conflictos? Ésa no es de nadie, o mejor, es de todos.

La violencia –y sí, la apatía es considerada una forma de violencia, de las más poderosas, de hecho– no va a abandonarnos con facilidad. Es un parásito egoísta y glotón. Tenemos que abandonarla nosotros a ella, tomar las maletas, salir por la puerta y no mirar atrás. Para algunos esto significa dejar caer el rifle sobre la tierra húmeda; para otros, para la mayoría, significa regresar a nuestra humanidad: mirar al otro a los ojos y reconocerlo, no aquella caricatura diabólica que la lobotomía nos insertó acerca de “el enemigo”, sino a la humanidad rota en el coliseo de gladiadores.

Significa reconocer nuestra responsabilidad por haber legitimado este país de mierda, haber izado su bandera y cantado su himno –un grito de guerra– durante más de cincuenta años. Por haber contratado una bandada de cuervos de picos amplios y punzantes, por haberlos vestido de traje, por haberles reservado el puesto en las butacas del Senado, por haberles pagado un sueldo y haberles ordenado –o al menos permitido– tintar de sangre a nuestro país como una sinfonía carmesí de Pollock.

Significa pedir perdón, sí, también para usted. También para mí… Así que aquí me tienen. Me declaro culpable y les pido perdón. Le pido perdón a Colombia por haberla abandonado, por mirar desde mi ventana con morbosa curiosidad, cómo la violaban y golpeaban, casi hasta la muerte, sin defenderla.

Unos abandonarán el uniforme –quién sabe exactamente cuándo– pero nosotros tenemos el trabajo más duro de todos, del que realmente depende el futuro de nuestro país: amar al otro como a ti mismo. No ir a la iglesia, entre la muchedumbre de católicos, a repetir palabras sin sentido para salir y ordenar la muerte y el juicio de los pecadores. Para ello debemos encontrar la cura a esta enfermedad fría y terminal. Para que nuestros hijos y nietos no deban vivir entre muertos y para que, con suerte, podamos morir con vida.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Qué fue primero, la guerra o la paz? ¿Qué nos queda al final?

4 comments

  1. Reply

    Martha Tovar 18 abril, 2015 at 8:57 pm

    Estefanía que valiente reflexión! Felicitaciones por dar el paso y expresarte sin miedo!
    Me conmueve tu rabia y el resentimiento con esa «Colombia de Mierda», llena de apaticos e indiferentes, contradictorios y confundidos, y tu necesidad de transmitir a otros tu indignacion y deseo de cambio.
    Estoy convencida de que nuestra Colombia, o el mundo incluso, solo cambiaran cuando cambie cada persona que haga conciencia y asuma su responsabilidad personal frente al reto de la convivencia pacifica. Creo que este pais no dejara su autoimagen y conducta violenta hasta que cada persona haga la tarea y desarme su corazón. Hoy día la mayoria está de acuerdo con que es mejor la paz y sinembargo en cualquier semáforo insultan al otro conductor, y cualquier afrenta se resuelve a la brava. Como colectivo tenemos una tarea de crecimiento interior muy importante. Reflexiones como la tuya ayudan a mover los corazones.
    Sigue escribiendo y compartiendo.

  2. Reply

    Manuel Orjuela 19 abril, 2015 at 12:16 am

    Estoy tratando. Lo juro.

  3. Reply

    Betty Salive Vives 21 abril, 2015 at 3:48 am

    Estefania : ! que bofetada nos das por TODA la verdad que entrañan tus palabras !

    Gracias !!!!!!!

  4. Reply

    DavidReiwencloud 26 septiembre, 2015 at 8:11 pm

    es un analisis muy Complejo, Colombia tiene muchas cosas negativas, lo de la desnutricion en niños no lo sabia
    Primero fue la Gallina y la paz !
    denme un Balon de Oro jodaaaa
    :v

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